lunes, 5 de diciembre de 2016

Para ruinas, me quedo con las tuyas.

Estoy harta de eso de que todos los caminos llevan a Roma. Nadie nunca ha preguntado  a dónde quería llegar, y para ruinas, me quedo con las tuyas. Ésas sí que merecen una foto. Ridiculizas a la luna de París sobre la Torre Eiffel y el coliseo romano se queda pequeño al lado de tus ojos.

Vendería hasta las venas por verme reflejada en tus pupilas. La arena de las playas de Cerdeña tienen mucho que envidiarle a tu cuerpo, y el Big Ben no  es nada comparado con el Big Bang que se produce cuando tocas mi cintura. Mientras, en Amsterdam, celebran el mercadillo de las flores sin tener ni idea de las primaveras que tienes escondidas. 

Siempre he sabido que serías tú ese alguien por el que esperaría sentada en el suelo de una estación. Al fin y al cabo, fuiste mi deseo en la Fontana de Trevi. Eres lo más árabe de la Alhambra de Granada y, para hablar de maravillas, mejor hablamos de ti. No sabes la de veces que he intentado aprender a hacer magia sin saber, que magia era lo que hacías con tus dedos. Que no conocería nunca color como el de tus ojos, y que llevo grabada en la retina la tonalidad de tu piel.

Quise reconstruirte hasta que me di cuenta de que yo quería tus ruinas, porque así, tal como estaban, eran preciosas.

domingo, 27 de noviembre de 2016

El día que te fuiste.

El tic tac del reloj no para de sonar. Marca un compás y de fondo suena un piano con la melodía más triste que he escuchado jamás.

El cielo quiere romper a llorar y sin embargo, hace meses que no llueve. El día que te fuiste todo se detuvo, todo, menos el reloj del salón que me recuerda que el tiempo pasa aunque está roto.

La lámpara de la mesita se fundió esa misma noche, como aguardando tu regreso, y nunca ha querido volver a iluminarse.

El suelo de la cocina echa de menos nuestros bailes, la taza verde sigue en su sitio y tu botella de cerveza medio llena en la ventana.

Te quedaste el paquete de tabaco, no he sido capaz de tirarlo a pesar de todas las veces que te amenacé con hacerlo. Mis folios se han hartado de tu nombre, y las sábanas azules son demasiado frías. La almohada echa de menos tu colonia y yo… bueno, hay gente que jura haberme visto grietas.

Guardé el vestido de flores, nadie merece verlo si no estás tú para  quitármelo. Los zapatos que me regalaste me dan vértigo y aquel puente de piedra parece viejo desde que no nos ve pasear corriendo.

Los atardeceres dejaron de ser anaranjados y aquella pareja de ancianos hace mucho que no ha vuelto al parque.

Es como si el día que tiraste del picaporte el mundo se diese cuenta, y entre no saber si pararse o girar más rápido volvió loco y me dejo estancada en un quise y no pude, quiero y no puedo.

Todos tus discos siguen tirados en el suelo y tu libro junto a la chimenea.  Se me rompió una cuerda de tu guitarra, no quieren que le toquen si no son tus dedos. Los lunares de mi espalda tampoco.

El reloj cada vez suena más lento y… tal vez el día que se pare regresas con un montón de chocolate, una canción nueva y un sueño casi cumplido.

Quizás todo siga como ahora.

Quizás… quizás el reloj admite que te fuiste y quizás…quizás continúa sonando hasta que deje de escribirte.